Moda y crimen: cuando el estilo se vuelve oscuro

 

                                                                           




Moda y crimen: cuando el estilo se vuelve oscuro


Articulo escrito por Simona Di Paolo 10/10/2025

La bufanda amarilla de Rita Fort, conocida como “la bestia de San Gregorio”; los elegantes trajes hechos a la medida y el sombrero panamá de Al Capone, que lo convirtieron en un ícono del estilo de los años 20 y 30; las sneakers y camisetas oversize de marca que usan los raperos... todos son ejemplos de accesorios de moda utilizados por figuras del crimen que han influido en los gustos y tendencias del público, creando un vínculo cada vez más fuerte entre el mundo de la moda y el mundo criminal. Sobre este tema se han escrito varios libros, y uno de los más destacados es el genial Malamoda de Matteo Guarnaccia.

Este binomio también nos recuerda los crímenes cuyas víctimas pertenecían al glamoroso mundo de la moda, como Gucci y Versace, que despertaron gran interés en la opinión pública gracias a películas y series inspiradas en sus historias.


El hilo invisible

Sin embargo, hay conexiones entre la moda y el crimen que rara vez consideramos. Pensamos en delitos como el trabajo infantil, los daños ambientales, el incumplimiento de normas de seguridad o la falsificación como fenómenos separados, pero en realidad suelen tener un hilo conductor común: la infiltración de organizaciones criminales en la cadena legal de producción.

Estas organizaciones no solo se dedican a fabricar y vender productos falsificados, sino que desde hace tiempo se han metido en la cadena legal con empresas que les sirven para lavar dinero, afectando profundamente el sistema. Roberto Saviano lo explicó muy bien en Gomorra, mostrando cómo en Nápoles y el sur de Italia, desde los años 80, muchas pequeñas fábricas clandestinas financiadas por la camorra producían ropa para grandes marcas a precios bajísimos en una especie de competencia por quién ofrecía más barato.

La fábrica que lograba entregar productos de buena calidad en el tiempo requerido obtenía el contrato y el pago, mientras que las prendas de menor calidad se vendían en el mercado negro como falsificaciones, pagadas aún menos. Estos productos no pueden considerarse completamente falsos, ya que se basaban en diseños originales y telas proporcionadas por los clientes.

La llegada del “pronto moda” —con el que las grandes marcas quisieron hacer sus productos más accesibles— y luego del “fast fashion” con el auge del comercio electrónico, consolidaron aún más este modelo de producción, debilitando el ya complicado proceso de control de la cadena.

El mercado de falsificaciones: el precio del lucro

El mercado de productos falsificados ha explotado hasta convertirse en uno de los negocios más lucrativos del crimen organizado a nivel global, junto con el tráfico de drogas, armas, trata de personas, prostitución infantil y terrorismo.

Esto ha sido posible gracias al funcionamiento mismo de la cadena textil, caracterizada por una red de contratos y subcontratos donde es difícil controlar todo el proceso, especialmente si las auditorías para verificar los estándares laborales no se realizan correctamente.

La deslocalización de empresas a países con costos mínimos y sin cultura laboral, y la “externalización salvaje” a empresas en Europa o Asia, han empeorado la situación y facilitado la infiltración criminal.

Lo más grave es que las grandes marcas no han encontrado medidas efectivas para combatir esto, y el sello “Made in Italy” no garantiza ética ni respeto laboral. En 2024, se investigó a Dior y marcas italianas como Alviero Martini, Armani y Tod’s por confiar su producción a fábricas chinas en Lombardía.

Según el tribunal de Milán, no se trata de casos aislados, sino de un sistema consolidado donde “las marcas de moda, al contratar mediante subcontratos a empresas que practican explotación laboral severa, incurren en conductas que facilitan el crimen organizado”, y se ha demostrado que estas prácticas no son excepcionales, sino parte de una política empresarial ilícita enfocada únicamente en aumentar las ganancias.

Violencia como sistema: contra trabajadores, consumidores y el medio ambiente

El peor crimen es la violencia extrema y explotación a la que son sometidos los trabajadores, muchos de ellos niños obligados a trabajar en condiciones de esclavitud. 

Ellos son las verdaderas víctimas. Como el caso de una joven obrera china, hija de otra trabajadora textil en el norte de Italia, que vivía completamente fuera del radar de las autoridades, sin acceso a educación, atención médica ni derechos básicos.

¿Y nosotros? Somos cómplices cuando compramos falsificaciones o marcas que sabemos que no tienen una cadena ética, cuando compramos compulsivamente, y también víctimas cuando nos convencen de que necesitamos ropa nueva para sentirnos valiosos o “a la moda”, alimentando una industria que daña gravemente nuestro bienestar psicofisico, el planeta y sus recursos naturales.

Nuevas prioridades

Nosotros sí podemos elegir. Los trabajadores explotados y los niños esclavizados, no. Podemos decidir qué es prioridad: el medio ambiente, la naturaleza, el respeto laboral y los derechos humanos, o no.

Pensar que el sistema de la moda (y el capitalismo en general) debe reformarse, y que la responsabilidad no debe recaer solo en los consumidores —como plantea Tansy E. Hoskins en su ensayo El libro de la moda anticapitalista: entre Karl Lagerfeld y Karl Marx— es justo, pero poco realista. Muchas marcas que dicen ser sostenibles hacen solo “greenwashing”, una estrategia de marketing para atraer a consumidores éticos sin cambiar realmente sus prácticas.

Incluso pequeñas tiendas artesanales en redes sociales critican el fast fashion, pero luego promueven su propio negocio como alternativa “verde”. ¿Lo son realmente? ¿Y en qué medida, si replican el mismo modelo de negocio a menor escala? Cuantos de ellos venden ropa diseñada y hecha en paises como India, Pakistan,etc ?

Acciones como el boicot, dejar de comprar, reciclar o intercambiar ropa son actos políticos que expresan claramente de qué lado estamos. Las nuevas generaciones ya lo entendieron, como revela el informe de Deloitte 2024 Gen Z and Millennial Survey: Vivir y trabajar con propósito en un mundo en transformación, que muestra cómo los jóvenes están cambiando sus hábitos no solo en moda, sino en todo su estilo de vida.

Fabio Pompei, CEO de Deloitte Italia, explica que “los jóvenes italianos siguen siendo más sensibles que el promedio global respecto a la urgencia del cambio climático. Muchos dicen estar dispuestos a cambiar sus hábitos de consumo y eligen productos según su impacto ambiental”.

La encuesta muestra que el 35% de la Gen Z y el 39% de los millennials ya rechazan el fast fashion, y otro 25% de cada grupo planea hacerlo.

Por suerte, los jóvenes están demostrando que pueden hacer lo que generaciones anteriores consideraban imposible: establecer nuevas prioridades que ya no coinciden con el modelo capitalista y consumista.




Bibliografía



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